El mejor gramático que ha tenido nunca la lengua española dice que los lingüistas tienen que ser como los médicos: deben saber un poco de todo. Este blog mira el español por dentro y por fuera. Por dentro porque atiende a su gramática y a sus variedades, considerando sus sonidos, sus palabras, sus oraciones, su significado y su uso; por fuera, porque mira la relación que tiene con otras lenguas y cómo es usado en los debates políticos, sociales y culturales. Y todo esto desde dentro de un iglú.

viernes, 11 de enero de 2013

Ser y estar

Aprovechando que acabo de sacar el segundo número de Borealis, y que el tema monográfico era algo muy parecido a ser y estar, se me ha ocurrido que tendría gracia decir algo sobre ese tema.

Por cierto, aquí está en enlace a la revista: http://septentrio.uit.no/index.php/borealis/index

Ya se sabe, porque se dice mucho, que estos dos verbos son formas de la cópula, o sea, de un verbo de contenido semántico débil que se emplea para introducir un predicado. Es decir: la diferencia entre el español y el noruego o el inglés sería que en español tenemos dos versiones del mismo elemento, la cópula, y cada una de ellas se emplea en casos distintos.

No somos los únicos ni tampoco los que lo tienen peor. Además del español, el italiano tiene restos de la división entre cópulas -stare bene vs. essere buono-, pero casi siempre con adverbios o en formas compuestas del verbo. En portugués la distinción es más parecida a la que tenemos en español, aunque no exactamente igual, y en catalán también hay distinción, pero se comporta de forma bastante diferente; por ejemplo, el verbo ser puede ir con locaciones, dependiendo de la interpretación temporal, y con adjetivos la distinción refleja de forma algo más transparente que en español si las propiedades son fruto de un cambio de estado o no.

Hay lenguas donde se diferencian más cópulas. En bretón, por ejemplo, junto a la cópula que se usa para hablar de propiedades inherentes y la que se usa para propiedades accidentales, hay formas especiales, al menos, para las construcciones ecuativas -Yo soy el jefe; El jefe soy yo- frente a las predicativas y para las locativas.

Lo bueno es que hay lenguas que, sin tener verbos en la cópula, distinguen cosas parecidas a lo que distinguimos en español mediante otros recursos. Por ejemplo, en varias lenguas eslavas, la diferencia entre si una propiedad es inherente o accidental se marca con distintas formas del adjetivo (nominativo en el primer caso, instrumental en el segundo).

Por resumir: la distinción que hacemos en español entre ser y estar es algo que, probablemente, es universal; incluso las lenguas que no tienen diferencias entre las cópulas pueden hacer esa distinción; la cuestión es si se marca de alguna manera, con diferencias superficialmente perceptibles en palabras o estructuras, o no, y en caso de que se marque, dónde se marca. El español marca la diferencia en el verbo; otras lenguas, en el adjetivo; el bretón marca más diferencias que el español, pero el español también posee esas diferencias, aunque no se vean superficialmente mediante verbos distintos. Y por fin, cada lengua decide qué contraste es el que marca en cada caso: el catalán, por ejemplo, parece marcar con las mismas formas que el español un contraste ligeramente distinto: el contraste entre 'propiedad que cambia' y 'propiedad que no cambia' más que el de 'propiedad inherente' frente a 'propiedad accidental'.

jueves, 26 de abril de 2012

Matrimonio no tiene que ver con 'madre'

Fue en el año 2005; el gobierno, que en aquel entonces estaba metido en la polémica sobre el matrimonio homosexual, pidió consulta a la Real Academia para que se pronunciara sobre si era posible aplicar la palabra matrimonio a la unión legal entre dos hombres. La razón de la pregunta es que había habido sugerencias de que un matrimonio entre dos hombres es una contradicción, porque esta palabra procede de mater (o sea, 'madre' en latín) y de la boda entre dos hombres no resulta ninguno que pueda ser madre biológica. Para sorpresa de algunos, la RAE se pronunció diciendo que no había ningún problema, sencillamente porque –aunque la palabra procede de 'madre'– ya no conserva el significado. O dicho de forma mejor: la gente, al usar esta palabra, no encuentra relación alguna con la que se supone que es la base, y no construye el significado de la palabra a partir del significado que tenga 'madre'. En contraste, el que usa la palabra librería sí asocia su significado con el de libro, y el que usa la palabra camilla puede entender por qué se forma sobre la palabra cama.

Lo que sale de estos ejemplos no es otra cosa que uno de los fenómenos más generales y más intrigantes de la morfología: la demotivación del significado. Se habla de demotivación cuando, aunque es posible reconocer etimológicamente –o sea, históricamente– un componente dentro de la palabra, nadie que use esa palabra asocia su significado con el de ese componente. Un matrimonio no tiene que ver con las madres más de lo que el patrimonio tiene que ver con los padres. Esta demotivación sucede constantemente. ¿Cuántos habían notado –antes de leer la siguiente línea– que guantanamera es una señora oriunda de Guantánamo? Puede que algunos, pero seguro que lo habían notado más hablantes extranjeros que hablantes nativos, porque el hablante extranjero trata de analizar la palabra para memorizarla, y el hablante nativo suele quedarse con su uso más inmediato sin pararse a pensar en de dónde puede venir. Más: ¿quién había notado que casarse viene de casa? El origen histórico parece relacionarse con la antigua costumbre de sacar a la esposa de casa (o sea, del clan) del padre y meterla en el propio, pero aunque sepamos esta historia, es difícil notar en el uso normal de la palabra casarse cualquier rastro de ese sustantivo que designa una vivienda.

¿Y quién se había parado a pensar que la palabra verdugo viene de la palabra verde? El verdugo era una rama verde y flexible que se utilizaba para pegar y azotar, y como el que la manejaba se encargaba de administrar los castigos, de ahí pasó a designar a la persona que manejaba la vara, fuera cual fuera el castigo –esto de pasar el nombre de una cosa a otra con la que se relaciona, por cierto, se llama metonimia–. Y la última: ¿que amargo está en amarillo? Pero las cosas son así y cuando analizamos con la cabeza lo que nos rodea todos los días empezamos a observar propiedades inesperadas que merecen explicación.

martes, 6 de marzo de 2012

Manifiesto de apoyo al informe de D. Ignacio Bosque, Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer

Los abajos firmantes mostramos nuestro total acuerdo y suscribimos todos los puntos del informe del lingüista y académico D. Ignacio Bosque. El texto que sigue justifica y explica las razones de nuestro apoyo.

1. Si se observa distanciadamente, la discusión que subyace a las intensas polémicas sobre este texto –y sobre otros anteriores– no es acerca de un problema social, sino acerca de cómo ese problema social se refleja –o no– en distintos aspectos del uso de la lengua. Nadie discute que la mujer ha sido tradicionalmente discriminada en numerosos aspectos de la vida laboral y la legislación del mundo hispánico; este aspecto queda fuera de la polémica y lo asumimos como cierto, como también está más allá de cualquier discusión que esa situación es inaceptable y debe corregirse.

2. Más específicamente, la discusión atañe a tres aspectos que queremos abordar separadamente:
    2.1. Si la gramática española es sexista, o, en general, si un sistema gramatical puede ser sexista.
    2.2. De ser así, qué papel compete a los lingüistas para remediar lo que sería indudablemente una situación inaceptable desde el punto de vista ético.
    2.3. Si es posible legislar a favor o en contra de un uso lingüístico.

3. Acerca de la primera cuestión, es importante diferenciar tres niveles: el nivel léxico, el nivel morfológico y el nivel gramatical. Entendemos aquí por nivel léxico aquel que se refiere al significado de las palabras, manifestado a través de su uso. Por nivel morfológico nos referimos a qué marca (-a, -isa, etc.) reciben las distinciones de género en cada palabra. Por nivel sintáctico entendemos aquí los casos en que se usa una forma plural masculina para aludir a todos los miembros de una clase, sin distinguir su sexo, o al uso del género en procesos de concordancia gramatical.
    3.1. Si nos atenemos al nivel léxico no cabe duda de que el léxico español refleja de numerosas formas estereotipos culturales discriminatorios para la mujer. Son numerosos los contrastes que lo manifiestan: ser un zorro / ser una zorra; ser un profesional / ser una profesional, o las connotaciones negativas que frecuentemente se asocian a sargenta, jefa o coronela. Indudablemente estos usos se deben a que la cultura en la que nacieron estas palabras es sexista. Esto no se niega ni en el informe, ni en las obras de la Academia, ni nunca se ha puesto en cuestión, y son usos que, sin necesidad de que nadie legisle, ahora despiertan un rechazo social cada vez más general y se están perdiendo poco a poco.
    3.2. En el nivel morfológico, es indudable que la ausencia de forma femenina de muchos nombres de oficio se debe a la inexistencia en el pasado y escasez en el presente de mujeres que ocupen dicha profesión. Es indudable también que estos usos están cambiando sin necesidad de que nadie legisle por ellos, y que secuencias que hace años se sentían como extrañas (la jueza, la Presidenta, la cancillera) se han ido acomodando al uso. Esto, de hecho, se afirma explícitamente en el informe (§6, p. 8).
    3.3. En el nivel sintáctico, la acusación de que la gramática española es sexista por permitir decir Todos los españoles son iguales ante la ley –englobando así españoles y españolas– o He dormido en casa de mis padres –por en casa de mi padre y de mi madre– es radicalmente falsa. Y esto es así por dos razones:
        3.3.1. La conclusión de que los españoles es una forma masculina es, como mínimo, apresurada. Dados los datos, se podría concluir con idéntica base científica –posiblemente mayor– que el español carece de género masculino, que la forma que la tradición ha clasificado como masculina en realidad carece de género y que el único género gramatical que se codifica en español como tal es el femenino. Si la forma el científico fuera masculina, debería excluir a los miembros de género femenino. Sin embargo, esto no es así. Podemos decir sin contradicción que El primer científico en identificar la radiactividad fue una científica, Marie Sklodowska, lo cual sería sorprendente si la forma en –o fuera masculina porque el conjunto considerado debería entonces excluir a las mujeres científicas. En cambio, es contradictorio decir La primera científica en identificar la penicilina fue un científico, Alexander Fleming, lo cual es esperable si la forma femenina realmente codifica género y excluye a quienes no lo poseen. A la luz de estos ejemplos cabe concluir que, probablemente, masculino es un término tradicional de la gramática española que no responde a la verdadera naturaleza del concepto que denota en las descripciones gramaticales.
        3.3.2. Las gramáticas no pueden ser sexistas, de la misma forma que no pueden ser comunistas, anarquistas, liberales o ecologistas. Una gramática es un sistema formal donde se combinan elementos mediante una serie de reglas complejas que no reflejan ni directa ni indirectamente la cultura de la sociedad que habla una lengua. Al contrario que el léxico, donde se reflejan con cierta nitidez los prejuicios de una sociedad, la gramática no se relaciona de ninguna manera obvia con diferentes actitudes culturales. Nadie ha conseguido encontrar un denominador cultural común entre las lenguas que admiten sujetos tácitos, las que invierten el verbo y el sujeto en las interrogativas o las que concuerdan los adjetivos con los sustantivos. Sin embargo, es numerosa la bibliografía que estudia otros rasgos gramaticales que poseen en común las gramáticas que tienen estas propiedades.
        3.3.3. La idea de que las gramáticas pueden estar cargadas de contenido cultural, llevada a sus últimas consecuencias, da lugar a una justificación del racismo y la xenofobia: ¿cabría pensar, como hicieron algunos a finales del siglo XIX y principios del XX, que las lenguas sin concordancia son propias de pueblos rudimentarios, poco dados a las relaciones abstractas? Naturalmente, no.  

4. Pasemos ahora al segundo punto de debate, el papel que debe tener el lingüista con respecto a los rasgos sexistas de una lengua.
    4.1. Quienes critican el informe de D. Ignacio Bosque parecen concebir que la tarea del lingüista es parecida a la de un legislador que debe recomendar ciertos usos, hacer otros obligatorios y prohibir muchos de ellos.
    4.2. Esta preconcpeción implícita parece entender que la gramática se hace a golpe de leyes, pero esto es radicalmente falso. El español actual, al contrario que el francés y el italiano, utiliza haber como auxiliar incluso con verbos de significado pasivo –como morir o nacer–. Esto es un cambio con respecto al uso habitual durante la Edad Media, que utilizaba ser con tales verbos. Pero el cambio no se produjo porque un legislador decidiera que había llegado el momento de distinguirse de los franceses e italianos, con quienes se estaba en guerra: se produjo por cambios internos en el sistema gramatical, relacionados probablemente con el reajuste de los tiempos verbales, el desarrollo de otras marcas de pasividad y otros muchos factores que aún están siendo estudiados por los lingüistas.
    4.3. Incluso en casos en los que se trata de legislar sobre la lengua activamente, los usos que se prohíben tienden a perdurar si el sistema gramatical requiere que se estructuren así. Por más que las gramáticas normativas de los últimos cincuenta años hayan criticado el uso de deber de como perífrasis de obligación, se sigue empleando así en textos de todo tipo, y generalmente para marcar una obligación menos fuerte que la que indica deber.
    4.4. Como se puede concluir de lo anterior, en definitiva esta actitud con respecto a la labor de los lingüistas es una nueva forma de normativismo, una actitud según la cual la lengua debe tener guardianes que se aseguren de que permanezca pura y cumpla ciertos requisitos y principios ideales, incluso y especialmente cuando esta vigilancia vaya en contra de la forma en que hablan normalmente los usuarios de esa lengua. Es una forma de implicar que los hablantes no son dueños de la lengua, sino gente que la toma prestada y no la cuida como debiera.
    4.5. Pero esta actitud normativista convertiría a los lingüistas en los únicos investigadores y científicos cuya tarea es la de mantener una pureza ideal en lugar de la de descubrir cómo funciona su objeto de estudio. Si un detective decide falsear sus informes porque el asesinato y la corrupción despiertan en él un rechazo moral, sería castigado penalmente. Igualmente, si un médico decidiera no decirnos que tenemos una enfermedad grave porque considera que el mundo sería mejor sin dichas enfermedades, nuestra reacción no sería la de ensalzar sus altos valores morales, sino la de denunciarlo a las autoridades competentes.
    4.6. Consecuentemente, si el DRAE, o cualquier otro diccionario, mantiene acepciones como la de periquear –verbo con el que se describe la actitud de una mujer que se toma excesivas libertades–, no lo hace porque apruebe la idea de que exista una cantidad máxima de libertad aceptable para las mujeres, sino porque este verbo se ha usado así y su deber como investigador de la lengua es el de recoger esta información. Tampoco cabe esperar que el lingüista introduzca en la definición una valoración sobre la sociedad donde se usa esta palabra, criticándola o apoyándola, porque esto es una cuestión que corresponde a la ética, la moral y la política. De igual manera no aceptaríamos que un médico opinara en su diagnóstico sobre si es merecido o no que un fumador tenga cáncer.
    4.7. Cabe contrargumentar a lo que acabamos de afirmar que la RAE hace recomendaciones de uso en muchos otros casos. Esto es cierto, pero tales recomendaciones –como la de preferir que deber de no tenga valor de obligación– no están motivadas por criterios políticos o éticos, sino que se hacen conforme a criterios gramaticales que atienden a cómo está conformado el sistema de la lengua. La intención de estos consejos es la de evitar recomendar usos que pueden ser pasajeros y producir ambigüedades que dificulten la comunicación ahora o en el futuro, cuando se vuelve sobre los textos que la usaron. Si el uso se afianza, el deber del lingüista es el de recogerlo y tratar de explicar sus causas gramaticales. De hecho, la Nueva Gramática reconoce ya la extensión en el uso de deber de como obligación (y de forma similar, recomienda que se evite el uso genérico de la forma en -o en casos donde pueda haber ambigüedad, en la medida en que afecta potencialmente a la comunicación, no a la ética). Esto es, de nuevo, lo mismo que esperamos de un investigador: si un médico encuentra indicios de que un paciente tiene cáncer, no se apresura a amputar la zona sospechosa, sino que solicita hacer más pruebas antes de tomar una decisión a favor o en contra.    

5. En cuanto a la tercera cuestión, se discute también si es posible, aun queriendo legislar, hacerlo para producir un cambio en la forma en que la sociedad usa su propia lengua.
    5.1. Las recomendaciones acerca del lenguaje no sexista se aplican, es cierto, a un tipo de lenguaje específico: el lenguaje llamado oficial, que se contrapone al lenguaje espontáneo oral o escrito, y que se manifiesta sobre todo en textos administrativos y jurídicos.
    5.2. No es infrecuente que se hagan todo tipo de recomendaciones artificiales en el lenguaje no espontáneo. En muchos manuales de estilo islandeses se pide evitar comenzar una oración con un adverbio; algunos manuales sobre el inglés advierten de la inconveniencia de empezar una carta formal con un pronombre de primera persona. Estas recomendaciones tienen una causa menos clara que la que conduce a algunos a proponer el desdoblamiento de las formas de género, y sin duda no tienen una intención moralmente tan loable, pero son igualmente artificiales en la medida en que condenan estructuras que la gramática de las respectivas lenguas permite. Crucialmente, estas recomendaciones no han hecho que los islandeses, en sus conversaciones cotidianas, cambien el lugar donde sitúan sus adverbios o los ingleses empleen menos pronombres. La recomendación, por tanto, ha resultado inútil fuera de estas manifestaciones no espontáneas de lengua.
    5.3. Además de infructuoso para el uso general del idioma, cabe preguntarse si esta clase de recomendaciones que hacen más artificiosa la expresión son deseables. Probablemente no es intención de ninguna de las administraciones e instituciones que han aconsejado el desdoblamiento la de hacer sentir a los hablantes que esas formas de hablar no pertenecen a su lengua. Sin embargo, el efecto que se obtiene es a menudo ese.  
    5.4. En último término, legislar en casos como este, en la medida en que implica condenar usos que son naturales en un sistema (gramatical), es tan discutible como obligar a las personas que acuden a un juicio o al parlamento a andar de una determinada manera, distinta de aquella que habitualmente usan debido a las propiedades de su sistema motor.
    5.5. Y más allá de esto, si se decidiera legislar sobre la forma de andar en los juicios, sería una cuestión que competería a los políticos y legisladores –esperamos que con cierta labor de consulta a los fisioterapeutas para evitar lesiones en masa–. Igualmente, si se decide legislar para que se evite la manera natural de hablar en ciertos contextos formales, sería tarea de los legisladores, asesorados por los lingüistas. Lo que no es aceptable es que se pida que los lingüistas impongan reglas que no son de su competencia y que además se han establecido sin atender a sus criterios, al tiempo que se hacen juicios morales precipitados sobre los miembros de este grupo que no aceptan esta situación irregular y única en el mundo de la investigación y de la ciencia.

6. Consecuentemente, creemos que:
    6.1. Es falso y aun absurdo afirmar que una gramática tenga una ideología
    6.2. Aun si esto fuera cierto –que no lo es– no es labor del lingüista hacer juicios morales sobre esa ideología
    6.3. Y aun si el lingüista debiera hacer juicios morales, no sería posible ni deseable forzar los cambios mediante reglas que afecten al uso de la lengua. Los cambios tienen que provenir de otras vías, al menos si queremos evitar que el lenguaje no sexista sea un modo de maquillar una realidad que sigue siendo discriminatoria con la mujer.


Tromsø, 6 de marzo de 2012

Antonio Fábregas
Catedrático de lengua española, Universidad de Tromsø
 

domingo, 4 de marzo de 2012

Sobre ¡ y ¿

El origen de los signos finales de exclamación y de interrogación están relativamente claros e incluso parece que tienen una etimología razonable. Se piensa que ! procede de la interjección 'io', con la 'i' alargada y la 'o' reducida a un punto debajo de ella, como una marca de énfasis procedente del latín, primero usada en manifestaciones de alegría (como quien dice 'hurra'), y luego despojada de parte de su significado y generalizada para el énfasis.

teque, dum procedis, io Triumphe!
non semel dicemus, io Triumphe! (Horacio, Odas IV)

En cuanto a ?, parece que procede de la abreviatura qo., 'quaestio', en la que la 'o' se vuelve punto y la 'q' termina mutando en la hoz que tenemos ahora. No parece extraño; el griego y el latín usaban puntos para marcar pausas, pero no tenían ningún signo convencionalizado para marcar la interrogación o la exclamación hasta época tardía, por lo que los signos tuvieron que evolucionar de alguna parte en la Edad Media. Hasta Alcuino de York, no se empieza a desarrollar cierto sistema para marcar estas cosas.

Estos signos son comunes casi todas las lenguas occidentales y aun a algunas que no lo son. En árabe es habitual usar el signo ؟ para cerrar las interrogativas; como se ve, es una adaptación mínima, a una lengua que escribe de derecha a izquierda, del mismo signo de cierre que tenemos en español.

No es nada frecuente, en cambio, utilizar el signo de apertura para marcar la exclamación y la interrogación. La única lengua que los utiliza es el español, y eso desde la ortografía de 1754; las lenguas romance en estrecho contacto con el español, como el catalán, el gallego y el asturiano, también las utilizan o las han utilizado, aunque en algunos casos -como el gallego- ha habido movimientos contrarios a usarlos, ya que se identifican con la influencia del español, que es algo que no siempre gusta.

¿Qué razón hay para esto? La explicación que se suele dar es que se hace así para evitar ambigüedades y marcar de forma clara cuál es el comienzo del enunciado sobre el que la negación o la exclamación tiene alcance. De hecho, en catalán y en gallego, el uso de los signos de apertura es opcional y se recomienda solo cuando hay posibles malentendidos. La explicación se relacionaría con el hecho de que en español no hay marcas interrogativas obligatorias, como en inglés es la inserción de 'do', o las partículas 'qu'est-ce que' del francés, o el 'que' del catalán. La inversión entre el sujeto y el verbo, además, ni son obligatorias...

(1) ¿En qué medida este gobierno no sigue sus propios principios?

... ni son exclusivas de la interrogación, porque también se pueden dar habitualmente, por ejemplo, en las oraciones relativas.

(2) Una estudiante a la que suspendieron todos los profesores

Por todo esto, podría ser cierto que hay una necesidad de desambiguar en la lengua escrita lo que en la lengua oral, por otra parte, es muy claro, pero para eso sirve precisamente la puntuación. ¿Puede ser esto así? Tal vez, pero para estar seguros habría que saber por qué otras lenguas en las que tampoco hay marcas iniciales de interrogación nunca han sentido la necesidad de duplicar estos signos.